Acerca de la sátira. Del papel a la pantalla



por Jaume Capdevila





La noche del 24 de noviembre de 1906 un grupo de militares asaltaron la redacción de la revista Cu-cut!. El detonante del asalto fue un chiste firmado por Junceda, publicado en dicha revista. Una bomba estallaba el 20 de septiembre de 1977 en la redacción de El Papus, revista “satírica y neurasténica” y acababa con la vida del conserje del edificio. La publicación, de espíritu ácrata y demoledor ya había recibido algunos anónimos y amenazas de grupos de extrema derecha por sus páginas tan provocativas. ¿Sería posible hoy día que una viñeta dibujada provocara reacciones similares? La respuesta, con casi total seguridad sería que no. ¿Es acaso nuestra sociedad más madura que la sociedad de 1906 o la de 1977? ¿O es quizás que el nivel de influencia de la sátira dibujada es menor hoy que en otras épocas?



La sátira sirve de válvula de escape, de catalizador del espíritu crítico inherente al ser humano. Puede ser social, moral o política, aunque esto depende del grado de atrevimiento del autor, y de predisposición a la crítica del receptor. Por supuesto, cuanto menos democrático és el régimen político, menos predispuesto está a recibir la crítica.



La viñeta satírica, alumbrada en los grabados de Goya, Daumier y Hogarth, se desarrolla en el siglo XIX y será canalizada a través de la prensa escrita. Pero, con anterioridad, la literatura fue el vehículo principal de la sátira durante muchos siglos. Ya los autores latinos la arrancaron de los escenarios helénicos, y desde entonces, de Juvenal a Chesterton, pasando por Quevedo, Swift, Byron o Hugo, las letras monopolizaron el mecanismo de la crítica mediante la mordacidad y la ironía. A causa de ello, en el siglo XII, el trobador Guillem de Berguedà fue asesinado por un sicario contratado por sus enemigos a los que había satirizado y ridiculizado hasta llegar al mal gusto en sus sirventesos, o en 1717 Voltaire pasó un año en la prisión de la Bastilla acusado de haber escrito unas coplas satíricas. Con la aparición y popularización de la prensa, la crítica pasó a realizarse a través de los dibujos impresos. Gracias a la inmediatez de la carga crítica de las imágenes, la sátira dibujada destronó a la la literaria. Además el dibujante puede construír metáforas visuales mucho más directas, y por lo tanto, más efectivas en su labor crítica. En el siglo XX las viñetas de los periódicos se han erigido en la punta de lanza de la crítica humorística. Una interesante muestra de estos dibujos acaban de aparecer en el libro de Lluís Solà i Dachs, La caricatura política i social a Catalunya (1865-2005), donde podemos comprobar que los temas que preocupaban a los caricaturistas de hace un siglo, siguen siendo aún de rabiosa actualidad.



Y es que ha sido justamente en los momentos en que los régimenes políticos han menoscabado las libertades civiles, cuando las viñetas de humor satírico han trascendido a su ámbito, canalizando y catalizando las pulsiones que no pueden manifestarse de otro modo. Durante la transición, se produjo el llamado “boom” del humor gráfico. Las publicaciones se disputaban las viñetas de Perich, Cesc, Forges o Chumy Chumez, y proliferaron las revistas de humor. El humorista de prensa pasó a ser centro de atención, lo que les acarreó una gran popularidad –en muchas ocasiones a su pesar– y un sinfín de procesos, denuncias y multas –sin duda, a su pesar. Desde hace poco, se encuentra en las librerías El Perich, sin concesiones, un fascinante volumen donde Josep Maria Cadena desmenuza la trayectoria del dibujante, pormenorizando sus desencuentros con la censura, que no fueron pocos. Casi se puede afirmar que el grado de presión y control al que está sometido un autor satírico resulta un buen termometro a la hora de medir la efectividad y la popularidad de sus puyas. Más cabe recordar que el éxito de la sátira reside tanto en el talento del humorista como en el contexto en el que se ha realizado. Para ser efectivas, las ironías deben tener un referente que debe ser conocido por el público al que va dirigida. Las sátiras contra un sistema político o un personaje determinado encontrarán mayor eco entre los que conozcan –y sufran– a dicho sistema o personaje.



Así como en su momento la imagen dibujada era más transgresora que la palabra escrita, hoy la imagen en movimiento que ofrece el medio televisivo, o los montajes móviles que circulan por internet, parece acomodarse mejor a la necesidad de impacto que tiene el género satírico. Y tal como del teatro pasó a la literatura y de la literatura a la prensa, parece que en éste momento la televisión y los medios audiovisuales están tomando el relevo a la sátira dibujada.



Aunque la novedad tiene un peligro. El humor que puede ofrecer una viñeta es siempre reflexivo, intelectualizado. El chiste es ideado por el humorista en su casa y plasmado con mayor o menor acierto sobre el papel, pero la tarea de leerlo, desarrollarlo, entenderlo y reír, corre a cargo del lector: es necesario un esfuerzo intelectual. La manera más fácil de hacer reír en el medio televisivo ha sido a través de la acción y no de la reflexión, con lo que se provoca una risa espontánea, que no pasa por el cerebro. El gag hace reír precisamente porque el receptor no tiene tiempo de reflexionar sobre lo que está viendo. Y aún peor; cuando el humor no es intelectual, uno puede reírse de algo reprobable desde un punto ético, pues la carcajada no es producida por los contenidos sinó con la forma. Hay programas en los que se humilla a un personaje para provocar la risa, lo cual es éticamente discutible, pero activa igualmente el mecanismo de la risa.



Por suerte últimamente proliferan los programas en que la crítica inteligente es el plato principal. ¿Serà que la sátira cambia de nuevo de domicilio? Los síntomas están ahí: ya los censores no se ceban con los humoristas de los periódicos, ni provocan con sus viñetas reacciones tan airadas como las que provoca la televisión. La sátira dibujada no desaparecerá, como no desapareció la literaria, pero su peso específico ya no serà el mismo en un futuro pròximo. De todos modos, quizás lo importante no es el pelaje con el que se presenta la sátira, sinò que ésta goza de buena salud. Y que dure.





Publicado en La Vanguardia. Revista del
Domingo, 08-I-2006

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